Hace algo más de dos años publiqué una nota (21-04-2018) en la que decía que había terminado de escribir una novela que me había ocupado tres años y esto me comportaba un sentimiento doble. Por un lado, la satisfacción del trabajo realizado, y por otro, la sensación de vacío que me quedaba al tener que abandonar a unos personajes que me habían hecho compañía a lo largo de tanto tiempo. Escribirla había sido una actividad que me mantuvo ocupado día tras día sin tener que plantearme nada más; una vez terminada, el objetivo pasaba a ser publicarla, una tarea que no dependía tanto de mí como de la fortuna y el criterio de los profesionales de la edición que se la mirasen.
Esta segunda etapa de la vida de una novela siempre me ha resultado ingrata y a menudo he optado por presentarla a un premio literario y que salga el sol por donde quiera. Unas veces he tenido suerte y otras —las más—, no. Esta vez he tenido suerte a medias, ya que no he ganado el premio al que optaba —el Nèstor Luján de novela histórica—, pero he quedado finalista y he encontrado editor —Columna Edicions. Y para mí, esto ya es todo un éxito.
La trama de Atlàntic —así he titulado la novela— se sitúa entre los años 1842 y 1848 y arranca en la costa occidental de África, donde el capitán Ferrer procede a la compra de esclavos para trasladarlos al mercado de La Habana a bordo del Tritón, barco de la compañía naviera mataronense de la que es propietario junto con sus hermanos Joan y Josep. Uno de los esclavos que va a parar a la bodega del Tritón es Djembo, un muchacho de la etnia fang, inteligente y resignado, por quien el grumete Marc Badia, consumido por los remordimientos que su condición de negrero le despierta, siente nacer una corriente de simpatía.
Pero cuando pone rumbo a Cuba, el Tritón es interceptado por la fragata de guerra británica Charleston, que lo captura y lo conduce a Freetown, donde, salvo el capitán Ferrer y Marc, el resto de la tripulación es entregada a las autoridades coloniales de Sierra Leone para que los juzguen por tráfico de esclavos. A Emili Ferrer y a Marc, el capitán Hawkins tiene la intención de llevarlos a Londres, donde también les juzgarán. Y es a bordo del Charleston que entra en escena el tercer protagonista de la novela, el joven Simón Flaherty, un marino de origen irlandés que sacrificará una carrera prometedora en la Royal Navy por amor y sentido de la responsabilidad.
A partir de este momento los destinos de estos tres personajes se unen y, a pesar de las separaciones y las vicisitudes a las que cada uno tiene que hacer frente, un profundo sentimiento de amistad permanecerá vivo a lo largo de los años.
Atlàntic es una novela de periplos humanos plagados de dificultades, en la que el valor y la tenacidad de los protagonistas obtienen su recompensa. Una de las críticas que obtuvo de un lector editorial fue que “los buenos ganan por goleada”. Cuando lo supe, pensé entre mí: ¿Y por qué no? ¿Por qué los buenos no pueden ganar al menos en las novelas para satisfacción de los lectores?
Cuando, mientras la escribía, me pedían cómo la definiría, siempre decía que estaba haciendo un Dickens contemporáneo —de hecho, en ella hay claras referencias a la obra de Charles Dickens; pero también a la de Melville, London, Dumas, Austen, Conrad y toda la serie de autores que me alimentaron en la adolescencia y primera juventud. Pero esto mismo que para mí la definía tan acertadamente, me hacía temer por su futuro. ¿Hay espacio en la literatura catalana actual para una novela como ésta?, me preguntaba. Y tenía dudas. De hecho, hubo un momento que me planteé dejarla, y fueron los personajes, su clamor por seguir vivos, lo que me hizo seguir escribiendo.
Ahora, gracias a la confianza de Glòria Gasch y del jurado del premio Nèstor Luján, la duda ha sido apartada y Atlàntic está a punto de salir a la luz pública. ¡Ojalá el puñado de personajes que desfilan por la novela hayan tenido razón y el esfuerzo haya valido la pena! El lector tendrá la última palabra.