¡Adiós al verano!

De Sa Font de sa Cala a Canyamel

Cada año, a mediados de octubre paso algunos días en Son Bauló para acabar de rematar la temporada de verano. El ritual de liquidación de la estación consiste en desmontar el huerto, cubrir la piscina, hacer la primera siega de hierba antes de que la vinagreta lo invada todo y organizar una caminata con amigos para tomar el último baño en alguna de las calas de Mallorca que no solemos frecuentar.

Esta vez, tras muchas dudas, nos decidimos por un recorrido por la costa de Capdepera. Nos habían informado de que el Ayuntamiento de Capdepera había señalizado una ruta a pie, denominada “Ruta de la mar”, que recorría todo su litoral, desde cala Mesquida a Canyamel. Y escogimos un tramo; en concreto, el que va de Sa Font de sa Cala a Canyamel, con la opción de prolongarlo hasta la Cala des Albardans. No era un recorrido muy largo, unos 6 km en total, con un desnivel de 225 m hasta Sa Talaia Nova, en la cima de la mole rocosa del Cap Vermell, que podíamos hacer tranquilamente con el baño correspondiente.

Como no conseguimos información fiable del punto de partida, Isabel y yo fuimos a Sa Font de sa Cala la tarde anterior. El paraje está a 3 km de Cala Rajada y el nombre le viene de un manantial submarino de agua dulce, que enfría el agua del mar y atenúa su salubridad. El lugar es bonito a pesar de la urbanización y los dos hoteles que han edificado. Tras la exploración previa decidimos iniciar la caminata al final de la urbanización des Provençals, ya que desde Sa Font de sa Cala al punto donde empieza el sendero de montaña el recorrido transcurre básicamente por calles asfaltadas y no tiene demasiado interés.

La señalización de la ruta consiste en estacas de medio metro con indicaciones y una gran profusión de puntos azules de pintura en árboles y rocas, tantos que solo puedes perderte si haces el recorrido con los ojos cerrados o a oscuras. El camino arranca de un portillo situado en la última curva de la calle des Morràs y se interna por un pinar. A los pocos minutos te encuentras un horno de cal y un poco más adelante el redondel de una antigua carbonera. Mientras caminamos cogemos un puñado de madroños ―es la época y las ramas de este arbusto van cargadas de frutos.

Al cuarto de hora el camino se estrecha y empieza a subir decididamente hasta alcanzar un rellano a la altura de la Punta del Cingle. Recuperamos el aliento y volvemos a subir en diagonal por la vertiente oriental del Puig Negre de s’Heretat hasta alcanzar el cambio de vertiente. Estamos a unos 200 m y llevamos caminando 50 minutos. Pasamos el collado, desde donde ya vemos el espléndido valle de Canyamel con la torre del siglo XIII, y contorneamos la cumbre rocosa sobre la que se levanta Sa Talaia Nova. Hay algún paso un poco aéreo que Maria Rosa supera ―ahora sí― con los ojos cerrados. Finalmente, recorremos los últimos metros hasta la atalaya tras describir un arco de 180°.

Desde el rellano elevado en el que se encuentra la torre de piedra de Sa Talaia Nova tenemos una vista magnífica de la península de Artà: hacia el norte, el litoral que hemos reseguido se extiende hasta Cala Rajada, la Punta de la Cala Gat y la Talaia de Son Jaumell, y por el sur, tenemos la playa y la costa de Canyamel a nuestros pies hasta las Muntanyes de Son Jordi; por el oeste, el valle de Canyamel se ensancha hasta confundirse con el llano de Artà, presidido por la población, y por el este, vemos muy cerca el vértice geodésico del Cap Vermell, el mar y, a lo lejos, insinuándose en la línea del horizonte, Menorca.

La visión tan cercana del vértice geodésico constituye un reto, y decidimos llegarnos a él. Para ello, tenemos que abandonar el sendero señalizado y aventurarnos por un lapiaz casi impracticable, un verdadero rompepiernas que hace que nos arrepintamos de la digresión. Transitando por este roquedal calcáreo abrupto, con grietas profundas y aristas agudas sobre las que tenemos que hacer equilibrios para no caer, comprendo perfectamente el fenómeno que explica las magníficas cuevas de Artà, que justo tenemos a unos 100 metros por debajo de nosotros y que en estos momentos deben de estar llenas de turistas. Y pienso que estoy en medio de un ejemplo inmejorable de los procesos kársticos que había estudiado en los manuales de geografía física. Esto no solo me conforta, sino que me exalta hasta el extremo de encontrar maravilloso este laberinto de grietas y fisuras, ocupadas por carrizos y lentiscos, que aún lo hace más intransitable.

Finalmente alcanzamos el vértice geodésico y nos encontramos con los restos de Sa Talaia Vella, apenas un montón de piedras distribuidas de forma circular. El panorama desde aquí es parecido al que hemos visto desde Sa Talaia Nova, con un mar más dilatado.

Volvemos atrás hasta encontrar el sendero señalizado y tranquilamente bajamos a Canyamel, en donde nos tomamos una cerveza y comemos algo en un chiringuito de la playa. Permanecemos en él un rato largo que nos empereza y nos hace perder la concentración. De modo que cuando proseguimos, lo hacemos intuitivamente, siguiendo la línea de la costa, pasando de señales e indicaciones. El resultado es que al cabo de 20 minutos de caminar por el roquedo y senderos poco transitados, nos topamos con una pared de roca que pone punto final a la excursión.  Está claro que a la Cala des Albardans no se va por aquí.

Como hemos dejado dos coches en Canyamel y dos más en la urbanización des Provençals, decidimos regresar al punto de partida y bañarnos en el pequeño Caló de sa Fusta, una entrada tranquila y solitaria de la Cala Provençals que el día anterior por la tarde descubrimos Isabel y yo. Y desde aquí decimos adiós definitivamente al verano del 2015, que el cambio climático nos ha alargado hasta bien entrado octubre.

De vuelta a Son Bauló, el sol y las nubes nos obsequian con un cielo de otoño espectacular. Y detengo un momento el coche para contemplarlo.

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