Ademuz

Este puente del Pilar he estado en Ademuz con Isabel. Nos invitó a ir Enric, un amigo de la etapa universitaria con el que he mantenido una relación intermitente, con largos períodos de silencio, pero que no han hecho disminuir el afecto que nos había unido de jóvenes, cuando con un Citroën 2CV de segunda mano y un carnet de conducir recién estrenado partimos hacia Portugal empujados por el afán de conocimiento y aventura. Debía de ser a mediados de agosto de 1971 o 1972, él estaba en las fiestas de Ademuz —su madre era de allí— y yo lo pasé a recoger con mi flamante coche color verde manzana para atravesar la península y recorrer el país vecino.

Heredero del hogar materno, Enric lo ha rehabilitado y, ahora, la casa familiar de los “Mosquito” es una de las pocas de la parte alta del pueblo que ha recuperado un saludable aspecto rústico. Allí nos alojamos y disfrutamos de su hospitalidad y la de Anna, su pareja.

Ademuz es uno de estos pueblos de origen árabe que ascienden por la vertiente de la montaña y ofrecen un curioso aspecto de apelotonamiento de casas, organizadas cara al sol de forma escalonada. Calles estrechas lo recorren de norte a sur siguiendo las curvas de nivel y otras, igualmente estrechas, van de arriba abajo, en un trazado empinado, con rampas y escaleras que ponen a prueba la forma física de los peatones. A pies del pueblo corre el río Turia, en cuyos lados se dibuja una rica vega plantada de hortalizas y frutales, sobre todo manzanos de la variedad “esperiega”, una variedad autóctona, dulce y aromática, que permite una larga conservación fuera de la cámara frigorífica.

Ademuz es el municipio más importante de la comarca del Rincón de Ademuz, que, por motivos históricos, que no geográficos y culturales, pertenece a la Comunitat Valenciana a pesar de estar en territorio propiamente aragonés. En los años veinte del siglo pasado Ademuz superaba los 4.000 habitantes, pero como tantos y tantos pueblos de España, desde entonces ha padecido un éxodo rural que ha reducido su población en tres cuartas partes. Las señales son bien visibles en la parte alta, donde las casas abandonadas y los solares con escombros producen una lamentable sensación de abandono. Algunos de los ademuceros que emigraron o sus hijos, como el caso de Enric, han mantenido las casas familiares como segunda residencia y las han arreglado; otros han levantado nuevas viviendas en la parte baja del pueblo, a donde se ha desplazado buena parte de la vida local.

Las grandes dimensiones de la iglesia arciprestal de San Pedro y San Pablo recuerdan la importancia demográfica de Ademuz antaño, así como las ruinas del castillo y la ermita de Nuestra Señora de la Huerta lo hacen de su pasado histórico. Sin embargo, hoy por hoy, Ademuz languidece y únicamente revive por Navidad, Semana Santa y en verano, cuando sus hijos y los hijos de sus hijos regresan al pueblo de vacaciones para disfrutar de la paz y el encanto de su entorno. 

Situado en la confluencia de tres cursos de agua con el Turia, los alrededores de Ademuz presentan el aspecto de un territorio áspero y abrupto, de tonos ocres y rojizos, con cultivos de secano —almendros principalmente— y bosques de pinos, sabinas y carrascas en las partes más elevadas. En cambio, los fondos de los valles y de los barrancos, en donde se alinean sauces, álamos, chopos, nogales y frutales, dibujan franjas y líneas de verdor que, ahora, en otoño, adquieren unos tonos amarillos y dorados maravillosos.

Estos días, además de conocer los puntos de mayor interés del Rincón de Ademuz y sus alrededores de la mano de Enric, Isabel y yo tuvimos la oportunidad de hacer una caminata matinal siguiendo el curso del río Bohilgues. La ruta, señalizada como un pequeño recorrido con franjas amarillas y blancas —PR-V 131.6—, va de Ademuz a Vallanca y en gran parte discurre junto al río, por un sendero umbrío y rumoroso que es una delicia. Hay tramos en los que las aguas se han encajado en los materiales duros del terreno y han abierto un paso estrecho por el que el camino transita entre álamos y paredes de roca. Es un paseo fácil y relativamente corto —unas tres horas entre ir y volver— que vale la pena hacer si en algún momento os decidís visitar Ademuz.