De Palamós a Llafranc
Me hubiera gustado hacer el recorrido a pie por la Costa Brava de forma continuada, empezar en Blanes y terminar en Cerbère, y ver desfilar el paisaje litoral ordenadamente, como la naturaleza y la humanización lo han construido. Pero la política de pactos y alianzas que obliga una pareja (especialmente la mía) ha significado verlo fragmentado y desordenado, hoy aquí y mañana allí, con algún que otro salto a causa de una excesiva urbanización. Esto me ha llevado a tener que apelar al recuerdo y a las fotografías para reconstruir la secuencia y hacerme una idea de conjunto de esta parte de la costa catalana.
En esta reconstrucción y, a pesar de que aún no he completado del todo el recorrido ―aunque me falta muy poco―, tengo la impresión de que el tramo de Palamós a Llafranc es el más bonito de todos. La combinación de montaña, pinos, calas, rocas y mar es de una gran belleza y armonía, que se potencia cuando das con un día como el del sábado que lo hicimos: claro, soleado y con un cielo salpicados de algunas nubes decorativas.
Comenzamos el itinerario en un mirador sobre el puerto deportivo de Palamós; cerca de él había localizado la señal blanca y roja del GR-92, que debíamos seguir hasta la cala de Castell. Describiré cómo se llega al GR desde este punto porque me costó encontrarlo. Caminando en dirección norte desde el mirador, se va hasta la rotonda en la que comienza la carretera de la Fosca, se supera y se toma la primera calle a la derecha y, seguidamente, la primera a la izquierda, que se llama Carrer des Codolar d’en Gotes, y a unos 200 m está el indicador del GR-92 y un sendero que, entre pinos, sube hasta la cima del Cap Gros (71 m) y desciende a la cala de la Fosca. Y ya no hay pérdida hasta la cala de Castell.
Durante este trayecto ―poco más de una hora aproximadamente― pasamos por la playa de la Fosca y la gran roca que le da nombre ―una corneana casi negra―, las ruínas del castillo de origen medieval de Sant Esteve de Mar, el pinar d’en Gori y una serie de calas pequeñas, con playas de cantos rodados y antiguos embarcaderos y barracas de pescadores ―Es Cau de na Minaua i s’Alguer son las más grandes.
En la playa de Castell abandonamos el GR-92, que sigue por el interior, y tomamos un camino que nos conduce al poblado ibérico de la Punta del Castell. En este lugar hay restos de construcciones y se han encontrado objetos que prueban su ocupación desde el siglo VI aC al siglo I aC. Retrocedemos unos 40 metros y tomamos un sendero bien marcado que sube al Puig d’en Roure y prosigue bordeando la costa entre pinares hasta encontrar una pista que circula ligeramente retirada hacia el interior. Al poco de enlazar con la pista, doblamos a la derecha para llegarnos al mirador de cala Canyers y volver a tomar un sendero que, orillando el mar, nos lleva hasta cala Estreta y el Cap de Planes.
Ahora tenemos ante nosotros las islas Formigues, que han atraído nuestra mirada en el horizonte marino mientras veníamos. Durante los temporales, el agua casi las cubre por completo y más de un barco ha naufragado en ellas. En el islode de la Formiga Gran hay una baliza que, según leo en su ficha, por la noche emite tras destellos de luz blanca cada nueve segundos, visibles a 6 millas.
El recorrido por las roca y los pequeños arenales de este bello paraje ―cala d’en Remendon, cala de Roca Bona, cala Cap de Planes y cala dels Termes― se acaba en la playa del Crit. Por unas escaleras y un sendero remontamos el promontorio del Crit y enlazamos de nuevo con la pista y el GR-92, que pasa por ella. Siguiéndolo, superamos el espacio privatizado de Cap Roig, con unos jardines que se pueden visitar, y encontramos otra vez el mar en la playa del Golfet. Desde aquí, el camino de ronda está bien arreglado y nos conducirá cómodamente hasta Calella de Palafrugell.
A fin de ahorrarnos el regreso hemos tenido la precaución de venir con dos coches y dejar uno en Llafranc y otro en Palamós. De modo que tenemos tiempo de hacer un descanso y tomar una cerveza bajo las Voltes del Port Bo. De aquí a Llafranc solo es un paseo de un cuarto de hora.
Según la guía que utilizo, este recorrido se puede hacer en unas 4 horas, pero como me he detenido una infinidad de veces para hacer fotos, nos hemos bañado en s’Alguer y en la cala d’en Remendon, donde hemos aprovechado para descansar y comer un bocadillo, Isabel y yo y unos amigos que nos acompañaban hemos invertido todo el día. Y un magnífico día, por cierto.
Como anécdota final diré que cuando remontaba la cuesta del Puig d’en Roure con gorra y gafas de sol, un compañero de trabajo que hacía treinta años que no veía me ha reconocido y nos hemos saludado. El encuentro ha sido agradable y me ha llenado de satisfacción. Satisfacción por el encuentro en sí y porque era una prueba de que a pesar de los años transcurridos ―y treinta no son pocos―, aún era reconocible.