A pie por la Costa Brava

De Blanes a Lloret de Mar

Como ya ha quedado claro que Isabel no quiere caminar por urbanizaciones, para no tener que oírla refunfuñar, he decidido hacer los primeros tramos de Costa Brava solo.

Tomo el tren a Blanes a las 9,12 h de la mañana en la estación de Sants y llego a las 10,44 h. Un autobús me traslada de la estación al paseo de la Marina y lo primero que hago cuando bajo es llegarme al mirador de Sa Palomera, bloque granítico que Josep Pla considera el comienzo de la Costa Brava. Desde este punto, elevado 20 metros sobre el nivel del mar, la vista hacia el sur se extiende hasta el delta del río Tordera, en Malgrat; por el norte, el monte que corona el castillo de Sant Joan impide ver más allá.

Blanes desde Sa Palomera

Entre unas cosas y otras son ya las once y media, y me pongo a caminar por el paseo marítimo a paso vivo. Ataco las rampas del castillo, desde donde tengo una espléndida vista de Blanes con el puerto a mis pies. Tomo el desvío a la cala de Sant Francesc y paso por delante del Jardín Botánico Marimurtra, que recuerdo haber visitado durante alguna de mis fases de cortejo hace un montón de tiempo. En un cuarto de hora he dejado atrás Blanes y su historia, que según los sabios locales se remonta a la época de los iberos y los griegos.

Blanes

La cala de Sant Francesc era uno de mis destinos favoritos a los veinte años. Solía ir el mes de junio, después de los exámenes de la universidad, y procuraba que me acompañase alguna chica. Me resultaba mucho más estimulante que ir solo. Hacía una eternidad que no venía y me encuentro con un paraje completamente urbanizado, con numerosos chalés entre pinos, que ocupan toda la hondonada y se extienden hasta la punta de Sa Llapissada. Renuncio a bajar a la playa por calles asfaltadas y me conformo con contemplarla desde la pequeña ermita de Sant Francesc. Seguidamente, emprendo la ascensión al castillo por la parte oriental del cerro.

Arriba, enlazo con el GR-92, que ya no dejaré hasta el desvío que me conducirá a la playa de Treumal. Pero antes retrocedo hasta el castillo, paso por el collado de Santa Bàrbara ―sin subir a la ermita― y recorro un buen tramo de carretera hasta llegar a la entrada del Jardín Tropical de Pinya de Rosa, en donde me informo del mejor modo de descender a la playa. Sigo adelante, abandono la carretera, me introduzco en un solar vallado y a unos 150 m de los jardines, tal como me han indicado, tomo a la derecha por una pista que se interna en el pinar y me lleva hasta la playa de Treumal.

Hace un día hermoso y hay gente que pasea y toma el sol. Incluso algunos se bañan a pesar de que hoy empieza noviembre. Parece mentira, anoche la castanyada y por la mañana un bañito en el mar para despejar la resaca del vino de moscatel que acompañó panellets y boniatos. ¡Y aún hay quien dice que el planeta no se calienta! Recuerdo que cuando era niño, por Todos los Santos me llevaban al cementerio a visitar las tumbas de los parientes difuntos con el abriguito nuevo, guantes y bufanda. ¡Y ya tenía sabañones en las manos y en las orejas!

De la playa de Treumal paso a la de Santa Cristina, en donde echo un trago de agua y como un plátano cobijado del sol tras una roca. Es la una. Seguidamente, emprendo la subida a la ermita homónima por el camino que cada 24 de julio sigue la procesión que viene de Lloret por mar con una imagen de la santa y un relicario que contiene una de sus muelas. En la ermita, además, guardan el cráneo, una costilla y el fémur. Paso de largo del osario y voy a buscar de nuevo el GR-92, que resigue la carretera y, por una pista, me introduce en un pinar. Por un momento abandono el camino marcado para hacer un breve recorrido por la Punta de Llevant y contemplar los dos arenales ―el de Santa Cristina y el de Treumal― desde esta elevación. El contraluz desdibuja y, a la vez, realza el panorama.

Playas de Santa Cristina y de Treumal

Retrocedo y, siguiendo las marcas, bordeo en altura la bella playa de Sa Boadella. Desciendo a ella y la recorro hasta el risco rocoso que la limita por el norte y por encima del cual se adivinan los Jardines de Santa Clotilde. Leo en la guía que estos jardines datan de 1919 y son obra del arquitecto Nicolau Rubió Tudurí por encargo del marqués de Roviralta. Retrocedo y asciendo monte arriba contorneando la finca del marqués. Bueno, no sé si aún es suya, pero está vallada como si lo fuese.

Para sortear la montaña, el risco y la privatización del paraje he de dar un gran rodeo que me obliga a descender hasta la zona urbanizada de Fanals, volver a subir por el otro lado y tomar un camino que me conducirá a la playa de Fanals. Naturalmente, después de la vuelta que me han hecho dar, cuando he visto el anuncio y la indicación de los Jardines de Santa Clotilde he pasado de largo.

Playa de Fanals  

Siguiendo las señales rojas y blancas del GR llego a la playa de Fanals y recorro el gran arco del arenal por un cómodo camino de ronda empedrado. Pero al alcanzar el otro extremo veo que el camino está cortado y he de introducirme de nuevo en la urbanización para situarme en la cumbre del promontorio, en donde se encuentra el otro castillo de Sant Joan del recorrido, en este caso conocido también como castillo de Lloret. Como en el de Blanes, lo más remarcable de sus restos es la torre del homenaje, que se destaca por encima de las casas y los pinos.

Otra vez estoy sobre un promontorio y me toca bajar. Siguiendo el camino que circula por el borde el risco recorro el tramo de costa conocido como Espenyador d’en Creus hasta cala Banys, que está muy “arreglada”, con palmeras y terrazas de bar, y un camino de ronda que ya no abandono hasta Lloret. Pero antes me he detenido ante el saludo de la “Dona marinera”, que preside el mirador de la Punta d’en Rosaris, para contemplar el bello arco de la playa de Lloret con la población detrás.

Me siento en una terraza del paseo de Mossèn Cinto Verdaguer, pido una cerveza y, repantigado en la silla, me como el bocadillo que llevaba en la mochila contemplando a la gente que deambula. Son las cuatro de la tarde. He tardado 4,30 h en hacer el recorrido. Pero la verdad es que me he entretenido mucho haciendo fotos y admirando el panorama. Calculo que en total, entre rodeos y subidas y bajadas, debo de haber hecho unos 10 km y 350 m de desnivel acumulado; no es mucho, para un buen caminante, unas 3 h de marcha sin esforzarse.

Camino de la terminal de autobuses, paso por delante de la iglesia de Sant Roma, con elementos modernistas que llaman la atención por su policromía.